Centroamérica y Honduras, ante una oportunidad de crecimiento sostenido

Xiomara Castro ganó las elecciones en Honduras (Foto: Reuters)
Xiomara Castro ganó las elecciones en Honduras (Foto: Reuters)

El domingo pasado los hondureños acudieron a las urnas para elegir a quien los va a presidir por los próximos cuatro años. La ganadora fue Xiomara Castro, del partido Libertad y Refundación, esposa del expresidente Manuel Zelaya, quien se impuso por el 53,3% de los votos al candidato del partido Nacional, Nasry “Tito” Asfura, alcalde de la ciudad de Tegucigalpa. Tuve el privilegio de seguir esta elección tan importante, que fue récord en cantidad de votantes, desde el propio territorio hondureño. En una muestra de civismo admirable para toda la región, Asfura reconoció la victoria de Xiomara Castro con una entrevista en persona que coronó con un abrazo.

Hermanada a la Argentina por su pasado prehispánico, su historia colonial y por una común gesta emancipadora que le permitió romper el yugo del dominio español, Centroamérica no suele concitar la atención de los grandes medios de comunicación argentinos. Un detalle no menor, que suele pasar desapercibido, es que la bandera de la mayoría de los países de la región guarda una gran semejanza con la de Argentina, con leves variaciones en el tono del celeste-azul. Sucede que estas banderas derivan de la insignia original de las Provincias Unidas del Centro de América, que a su vez, estaba basada en la de las Provincias Unidas del Sud. Cuenta la leyenda que cuando el gran patriota Hipólito Bouchard realizó su campaña de corso a lo largo de toda la costa del Pacífico, hizo flamear la bandera argentina en los distintos puertos asediados. Incluso llegó a ondear en California.

Centroamérica, que acaba de conmemorar los 200 años de su independencia, atravesó a lo largo de su historia distintas manifestaciones de guerras y desencuentros civiles, cuya expresión más violenta tal vez fue la vivida en las décadas del ‘70 y del ‘80 del siglo pasado. Superado ese capítulo de desunión, el denominado “Triángulo Norte” –la subregión conformada por Guatemala, El Salvador y Honduras– tuvo el triste privilegio de registrar, en la primera década del siglo XXI, los peores índices de homicidios del planeta.

Un grupo de maras llegan a una prisión de máxima seguridad en El Salvador (Foto: Reuters)
Un grupo de maras llegan a una prisión de máxima seguridad en El Salvador (Foto: Reuters)

Indisolublemente ligado al aumento de la violencia y el delito, un fenómeno que destacó ha sido el auge de las maras, las temibles pandillas que azotan con sus crímenes, sus negocios turbios y sus prácticas mafiosas a los grandes centros urbanos centroamericanos. Recordemos que las maras tuvieron su origen en las calles de Los Ángeles, California, donde algunos hijos de los centroamericanos emigrados por las guerras internas en sus países se agruparon en distintas pandillas y se volcaron a la delincuencia. DEF trató el tema en repetidas ocasiones y lo puso en agenda desde sus primeros números. Tal como titulamos en junio de 2009, en ocasión de nuestra cobertura especial desde El Salvador, los adolescentes y jóvenes que integran esos grupos criminales llevan “la muerte marcada en la piel”.

Hemos visitado, en todos estos años, las calles de las principales ciudades del istmo centroamericano y reflejamos, en nuestras distintas coberturas gráficas y audiovisuales, la realidad que allí se vive, las preocupaciones de la sociedad civil, la voz de sus gobiernos y la opinión de un sector privado que no se resigna a la desesperanza y sigue apostando a la creación de empleo y oportunidades, a pesar del difícil contexto social y económico. Hemos puesto también especial interés en el capítulo de la seguridad pública, en una zona que aún enfrenta enormes retos y desafíos.

En el marco de nuestros viajes, además de tomar el pulso de la sociedad y conocer sus problemas, pudimos palpar la realidad de los mareros que cumplen sus condenas en dos centros penitenciarios: el Centro Preventivo de Chimaltenango, en Guatemala, y el Penal de Quezaltepeque, en El Salvador. Dialogar con ellos nos dio algunas pistas para comprender el magnetismo que tiene esa subcultura delictiva que atrapa a adolescentes y jóvenes de las barriadas populares, donde las bandas delictivas han encontrado un terreno fértil para expandirse. Los graves daños que esta violencia genera en el tejido social, las terribles consecuencias en las comunidades que ha visto surgir a estos delincuentes precoces y las dificultades que encuentra la fuerza pública para contener la violencia deben convertirse en un llamado de atención para el resto del continente, que no puede observar con indiferencia lo que allí sucede y confiar en que se trata de una situación lejana e irreproducible en nuestras latitudes.

Escapando de esa violencia y de la falta de oportunidades, otro fenómeno que preocupa es el de las migraciones. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), más de tres millones de migrantes provenientes del Triángulo Norte viven hoy en EEUU; y de ellos, el 60% se encuentra en situación irregular. Es decir, casi dos tercios no cuentan con la residencia legal en el país en el que trabajan y desde el que envían sus remesas a las familias que quedaron en sus respectivos países. Cabe destacar que, en el caso particular de Honduras, esas remesas ascendieron en 2020 a 5736,5 millones de dólares, cifra que representa alrededor del 20% del producto interno bruto (PIB) del país y el principal sustento económico para muchísimas familias.

Migrantes hacen fila esperando recibir ayuda del gobierno mexicano para obtener visas humanitarias y así poder transitar por el territorio camino a EEUU (Foto: Reuters)
Migrantes hacen fila esperando recibir ayuda del gobierno mexicano para obtener visas humanitarias y así poder transitar por el territorio camino a EEUU (Foto: Reuters)

Mientras tanto, hemos asistido en los últimos años a una serie de caravanas de centroamericanos que recorren miles de kilómetros para llegar a EEUU en busca de mejores condiciones de vida. Enfrentando los peligros de esas largas jornadas a pie y desafiando una casi segura detención apenas traspasaran la frontera estadounidense, estas personas arriesgan lo poco que tienen y dejan atrás a sus seres queridos.

El contexto en que tuvieron lugar estas últimas elecciones en Honduras fue muy especial: la nación viene de sufrir el duro embate de la pandemia, a lo que se sumó el paso devastador de dos huracanes, Eta y Iota, que provocaron graves daños en el valle de Sula, donde se encuentra el corazón productivo del país. En el plano sanitario, hoy el proceso de vacunación avanza a paso sostenido y la economía comienza a mostrar síntomas de recuperación. En cuanto a la agenda de la seguridad, Honduras puede mostrar una franca mejora de sus índices respecto de cinco años atrás. La explicación podemos encontrarla, entre otras razones, en una ambiciosa reforma policial, que permitió la modernización de las estructuras de las fuerzas de seguridad e incluyó la creación de nuevos cuerpos especializados en la lucha contra las maras y el combate a la criminalidad y el narcotráfico.

En un contexto macro, tanto Honduras como sus vecinos centroamericanos tienen todas las condiciones para encarar una senda de crecimiento y estabilidad. La convergencia de sus economías en el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), que acaba de cumplir tres décadas, ha permitido mejorar la competitividad de sus sectores productivos, abrir nuevos mercados y agregar valor a las materias primas y a sus actividades primarias. Por su parte, la firma del acuerdo de libre comercio con EEUU (CAFTA-RD) en 2004 abrió nuevas oportunidades de inversión y de profundización de los lazos comerciales con el principal mercado del continente. La agenda del desarrollo exige especiales recaudos en materia medioambiental, a fin de proteger las riquezas naturales inigualables que presenta esta zona bendecida del continente. La apuesta por el turismo sustentable y el liderazgo en la explotación de las energías renovables son dos ejemplos que permiten albergar optimismo en el futuro.

La reciente presentación de un programa para el desarrollo integral de la región por parte de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que algunos analistas ya han bautizado como el “Plan Marshall centroamericano”, aparece en el horizonte como un paso en la dirección correcta en el camino del desarrollo económico, del bienestar social, de la sostenibilidad ambiental y de la gestión integral del ciclo migratorio. Las condiciones están dadas para convertir la que supo ser una de las áreas más castigadas del planeta en un motor del desarrollo sostenible con equidad social y oportunidades para toda su población.

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