El gobierno no tiene un plan, Cristina sí lo tiene
Se aproxima un cometa gigante que puede estrellarse contra la tierra y las autoridades deciden negar el problema, no hacer nada. Peor aún, a pesar del peligro, eligen usar el tema políticamente y para hacer negocios. Este es el argumento de la película del momento, No mires para arriba, protagonizada por Leonardo Di Caprio. Pero tranquilamente podría ser la política del gobierno argentino hasta el entendimiento agónico con el Fondo cuando el país marchaba en rumbo de colisión directa, con el dólar por los aires y los muchachos cristinistas coreando “Default, default, qué grande sos”, desde las tribunas. Iban directo al meteorito. El freno de mano está aún atado con alambres.
Es interesante cómo, para venderle el sapo con ropa de príncipe al kirchnerismo duro, el ministro de economía, Martín Guzmán, prácticamente dijo que no habrá ajuste. Una falacia sobre otra. Quién puede creer que Argentina puede salir de su postración sin hacer absolutamente nada con un nivel de inflación insoportable, de gasto insostenible y un sistema productivo encadenado por cepos, ideología y mafias. Sí, mafias. Y, además, tener el tupé decir que no habrá ajuste cuando ya ajustaron con las jubilaciones, con la inflación y sobre todo en la espalda de la clase media.
Argentina ya venía sufriendo por anticipado las consecuencias de un default y así lo marcaban los indicadores de riesgo país. Las dilaciones deliberadas a un acuerdo, las pretensiones inútiles de condicionar al Fondo, o los inflamados discursos, del Presidente incluido, tuvieron la delirante frutilla del postre en el reclamo explícito de optar por el default que vino del kirchnerismo más duro, como si los argentinos no supiéramos lo que es cruzar las puertas de ese infierno. Querían chocar con el cometa y con todos nosotros adentro. Lo que cambia el escenario y no es poco, es que Argentina manifestó su voluntad de acuerdo. Y eso la saca por ahora de la colisión directa. Sin embargo, la realidad, es que el preacuerdo con el Fondo, aunque haya traído alivio, es aún una absoluta fantasía. Hay 50 día para que se concrete un acuerdo efectivo y ya se acabó la plata.
Hasta acá, gastaron hasta casi la última moneda de las reservas del Banco Central para costear el relato de Cristina. La demora no fue gratuita. Significó millones de dólares, crédito cero para el país y sus empresas, -que son las que deben generar trabajo-, escasez de dólares, devaluación, inflación y obviamente pobreza. Un limbo decadente pero que le permitía a la señora Kirchner continuar con su prosa populista. Una fuente del Fondo a la que le pregunté qué es un “entendimiento”, me lo describió como el hecho de que ambas partes “encontraron un rumbo para la conversación en vías de un acuerdo, pero que esto no significa un hecho consumado”. Es decir, por ahora, humo.

Del entendimiento a los hechos hay mucho trecho y poco tiempo. 50 días y 500 noches. Y una señora que para salvarse ella no duda en llevarse puesta la república y todo lo que haga falta, incluído el futuro. Dicen que Cristina tiene como biblia no afectar el consumo, pero eso también es parte de su discurso gastado. La inflación ha sido una política deliberada de su gobierno y del gobierno de su delegado y es el peor impuesto para los más vulnerables además de ser un multiplicador de pobres. Nadie consume realmente con plata que no vale nada y con privaciones que sólo se incrementan.
Cristina entiende que extender la negociación con el FMI, aunque eso también alargue la agonía del país, beneficia sus posibilidades políticas para 2023. Por eso Guzman buscaba postergar hasta 2027 el déficit cero y debieron firmar 2025. ¿Alguien puede creer que será un sapo fácil de tragar para el kirchnerismo y para mamá e hijo Kirchner en el Congreso donde debe ser aprobado? Si fuera así, rompería con la tradición y la estadística. Y aquí aparece la otra pregunta incómoda. Si Cristina se opone, qué hará el Presidente. En todos los casos anteriores, reculó en chancletas cada vez que la señora Kirchner lo reprobó. Qué hará esta vez. Los antecedentes desde Vicentín en adelante, no lo favorecen. Ha sido un veleta de sí mismo en permanente contradicción. Nadie hizo nunca tanto para desguazar su propia autoridad como el presidente de la nación Alberto Fernandez.
Todo esto no le ocurre a Argentina en una isla planetaria. Le ocurre en un mundo convulsionado donde la inflación vuelve a ser un problema en las economías desarrolladas y encarecerá los costos del crédito más tarde o más temprano. Otro motivo para acelerar las negociaciones. Pero además, el escenario geopolítico vuelve a mostrar un mundo bipolar donde se reavivan las tensiones de la guerra fría entre EEUU y Rusia.
En el lobby de poder de Washington no ven con simpatía la cercanía de la ex presidenta con Rusia y China. Justo los destinos que visita estos días el Presidente, supuestamente para buscar fortalecer las reservas, pero según dicen otras voces, también para contentar a la jefa, que está en las filas de los putinejos, o seguidores fervorosos de Putin a nivel mundial. Basta recordar cómo bloqueó las vacunas norteamericanas a pesar de las vidas argentinas en juego para favorecer a la vacuna Sputnik que ni siquiera hoy tiene aval mundial y cuyas dosis no terminaron de llegar a Argentina.
Recientemente en Honduras, Cristina explicitó como nunca su coqueteo con la causa soviética a tono con Putin para quien la caída de la ex Union Sovietica, muro de Berlin mediante, es la mayor tragedia del siglo veinte. Aquí es donde se cruzan los delirios autocráticos de Cristina con la funcionalidad de la pobreza aunque esto parezca increíble.

Para un estado todo poderoso como el que sueña el kirchnerismo, necesita arrodillar a la ciudadanía ante su asistencialismo. Sus políticas de poder total sólo son posibles con la mayor cantidad de personas en estado de necesidad. Que consuman porque se les da, no porque son autónomos. Que no cuestionen reformas autoritarias y para quienes la palabra república se convierta en una abstracción ante la acuciante realidad. Y lamentablemente la marcha contra la Corte con aval del gobierno, es otro signo de ese plan inconfesable.
El gobierno no tiene plan pero Cristina sí tiene planes. Con su horizonte judicial aún muy complicado, dentro de la república y sus leyes, Cristina no tiene salida. Por eso no cesan sus esfuerzos por sacar a Argentina de la república. Como alguien me dijo una vez: “¿Cuándo mueren las repúblicas? Cuando van por su Corte Suprema. Eso pasó en Venezuela.”
La diplomacia kirchnerista no ha ocultado ese posicionamiento. Sus amigos y aliados son los peores regímenes de esta tierra, los que ejecutan siniestras violaciones de los derechos humanos, y, como la complicidad con Irán demuestra, no importan ni siquiera los muertos de la Amia.
En síntesis, Cristina se abraza a las hijas de Chavez mientras a las hijas de Nisman, en 7 años, no les dió ni el pésame.
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