
El mar, «única escapatoria» para los libaneses que huyen de su país en crisis

Si no fuera por las importantes sumas que gana ayudando a escapar por mar a migrantes irregulares rumbo a Europa, el propio Ibrahim se habría unido a la ristra de familias libanesas que huyen de su país, en pleno hundimiento de la economía.
El pequeño país mediterráneo ha dejado de ser únicamente el punto de partida de los sirios que abandonaron su país en guerra o de migrantes de otras nacionalidades.
Ahora, son sus propios habitantes quienes, en busca de una vida mejor en Europa, intentan salir ilegalmente del país, a riesgo de perecer en el mar.
«Si no tuviera este sustento, me habría ido como tantos otros», comentó Ibrahim a la AFP, en Trípoli, una ciudad costera del norte de Líbano.
El pasador, de 42 años, que prefiere utilizar un seudónimo, afirma que solo acepta a libaneses en sus barcos y que desde 2019, ha hecho pasar a un centenar hacia Europa.
«Yo los saco de aquí, de esta vida de pordioseros», afirma el hombre, exconductor de autobuses escolares. «Si [en Europa] acaban en un campo [de refugiados], al menos podrán comer y beber con dignidad».
– Pobreza –
En dos años, el poder adquisitivo de los libaneses se ha hundido, con la moneda local perdiendo más del 95% de su valor en el mercado negro. Cuatro libaneses de cada cinco viven ya por debajo del umbral de la pobreza, según la ONU.
Entre enero y noviembre de 2021, al menos 1.570 personas partieron del Líbano por mar de forma irregular, 186 de las cuales, libanesas, según indicó a la AFP la portavoz de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en ese país, Lisa Abou Khaled.
El principal destino de los migrantes es Chipre, miembro de la Unión Europea, a unos 160 km de allí.
Durante esas travesías, hay pasajeros que han perdido la vida, incluyendo al menos dos niños en los últimos dos años, pero no hay cifras oficiales.
El ejército libanés afirma que vigila atentamente su litoral, de 225 km.
«Una red de radares que se extiende por toda la costa y patrullas de la fuerza naval» se encargan de interceptar embarcaciones ilegales, indicó el ejército a la AFP.
«En 2020, la Marina se incautó de una veintena de barcos y detuvo a 596 personas», añadió.
– Sin futuro –
Ibrahim organizó la primera travesía en 2019, cuando ayudó a migrar a una familia libanesa de cinco personas que ahora vive en Alemania.
Desde entonces, ha realizado nueve más, explica. La última se remonta a septiembre, cuando preparó el viaje de 25 libaneses hacia Italia.
El precio de un trayecto hasta Chipre puede alcanzar los 2.500 dólares (unos 2.200 euros) por persona, y hasta Italia, unos 7.000 dólares (cerca de 6.100 euros). Pero, tras deducir los costes como el precio de la embarcación, el fuel y el sueldo del capitán, Ibrahim gana unos 5.000 dólares (cerca de 4.400 euros) por travesía.
«Antes, teníamos que buscar a los clientes, pero ahora la gente viene a nosotros», comenta.
Sentado en un banco, en Trípoli, Bilal Moussa observa las grandes olas que casi se lo tragaron en noviembre.
El hombre, de 34 años y con tres hijos a su cargo, está decidido no obstante a dejar su país.
«Aquí no hay ningún futuro, ni para nosotros ni para nuestros hijos», considera Bilal, que dejó su trabajo en un supermercado hace seis meses porque su sueldo, de 55 dólares, apenas cubría los gastos de transporte.
En septiembre, decidió embarcarse rumbo a Italia. Tuvo que vender su auto y pedir un préstamo de 1.500 dólares para pagar los 4.000 que le pedía el pasador.
– Viaje peligroso –
El 19 de noviembre, Bilal salió de su casa, en Dinniyeh (norte) sin ni siquiera avisar a su esposa.
Una vez en Trípoli, montó junto con otros 90 pasajeros -la mayoría, libaneses- en un camión que los llevó hasta la región de Qalamoun, en la costa. «Había 35 niños y una veintena de mujeres», cuenta.
Dos horas después de que zarpara el barco, de 18 metros de eslora, un navío militar empezó a perseguirlos y le ordenó al capital que diera marcha atrás.
Tras una persecución, el capitán logró dejar atrás a los militares pero en plena noche, el motor se averió y el barco empezó a naufragar.
Cundió el pánico. Varios pasajeros, como Bilal, llamaron a sus familiares en Líbano para pedir una ayuda que no llegó hasta horas después. Nadie murió en el naufragio, pero Bilal lo vivió como un terrible fracaso.
«Me sentí vencido porque no lo logré», admite. «Pero voy a volver a irme […] El mar es nuestra única escapatoria».
ho/jos/elw/rm/vl/cn/jvb/zm