
La desesperación de los padres albaneses que empujaron a su hijos al exilio

Alma está desesperada. Empujó a su hijo adolescente a marcharse de Albania para tener una vida mejor en Europa pero no ha vuelto a tener noticias suyas y vive consumida por el remordimiento.
«La preocupación me desgarra el alma, soy la culpable, yo soy la que hizo que se fuera. ¿Dónde está, qué está haciendo?», se pregunta esta viuda de 38 años, con lágrimas en los ojos.
Trabaja como limpiadora en el ayuntamiento de Tirana para sobrevivir, pero no dudó en gastarse todos sus ahorros para que Arben, de 16 años, se fuera en coche a principios de diciembre a Alemania con otros tres jóvenes.
«Tiene talento, canta muy bien, podría estudiar y tener la vida que yo nunca tuve», dijo bajo condición de anonimato.
Hay pocos datos sobre estos padres albaneses que organizan el exilio de sus hijos, a menudo a Italia, Alemania o Francia, a pesar de los peligros y las dificultades que esperan a los menores no acompañados en países cuyo idioma no hablan.
También están los jóvenes que deciden por su cuenta huir al extranjero para alejarse de la incertidumbre o de las dificultades familiares.
Según Eurostat, en 2020 los albaneses estaban entre las 20 primeras nacionalidades en la lista de menores no acompañados en la Unión Europea, aunque muy por detrás de los jóvenes afganos, sirios y pakistaníes.
Ahora, según los especialistas, la llegada de albaneses a la UE se ha frenado considerablemente con el coronavirus.
La policía albanesa también explicó a la AFP que intenta evitar la salida de jóvenes que no tengan los documentos necesarios, incluyendo autorizaciones de sus padres firmadas ante notario.
Entre enero y noviembre estas medidas impidieron la salida de 309 menores frente a los 239 del mismo periodo de 2020.
– «La gran ilusión» –
Cuando en 1990 Albania, un país pobre de los Balcanes, se abrió al mundo después de haber estado herméticamente cerrado por una dictadura, Occidente representaba la huida hacia una vida mejor.
En los últimos 30 años, 1,7 millones de personas, el 37% de la población, han huido de un país en el que uno de cada tres jóvenes está en paro, según las estadísticas oficiales.
«Para muchos albaneses, Occidente sigue siendo un paraíso que resolverá todos los problemas económicos y sociales de su familia», afirma Drita Teta, una socióloga de Tirana. Pero según ella es solo una «gran ilusión».
A los 16 años, Florim –un nombre ficticio– lo aprendió de la peor manera.
Se fue a Francia a mediados de octubre sin que sus padres lo supieran pero volvió a casa un mes después.
«Todo estaba muy alejado del paraíso, de las películas, de las fotos en las redes sociales, muy alejado de lo que había pensado», dijo el adolescente a su madre, a su abuela y a su padre, que acudieron a recibirlo de vuelta en el aeropuerto de Tirana.
Cuando su madre, Manjola, de 36 años, se enteró por fin de su paradero, luchó por recuperarlo, incluso firmando los documentos exigidos por las autoridades francesas para permitir el regreso de un menor no acompañado.
«Pensé que podría acabar en malas compañías, yendo por el camino equivocado», dijo a la AFP.
– «Presas fáciles» –
Alain Bouchon, cuya asociación ha acogido a unos 300 menores en los últimos 12 meses en el este de Francia, entre ellos 13 albaneses, confirma que su vida no es fácil.
Se les aloja en centros con «gente de diferentes orígenes» y esto puede ser «un verdadero choque para un joven albanés que llega con un fuerte apego a su país, a su familia», explicó a la AFP.
Además, algunos solo están allí porque sus padres les han empujado hasta allí y rechazan cualquier proyecto de integración.
«Algunos de ellos se dedican a la pequeña delincuencia y se convierten en presa fácil de las distintas organizaciones mafiosas», explica Bouchon.
En Domen, en el norte montañoso de Albania, Hadije Uruçi llora y cuenta que «mató (su) amor de madre» al dejar a sus cuatro hijos en Bélgica.
«Lo maté por mis hijos, es un gran sacrificio, pero no tenía otra opción», asegura.
En 2015, la pareja había huido de Domen con sus cuatro hijos, que entonces tenían entre dos y nueve años, debido, según ella, a las amenazas que habían recibido por denunciar la apertura de una cantera.
Tras seis meses en un campo de Bélgica, a los padres se les denegó el asilo y se resignaron a dejar a sus hijos con familiares.
Los niños «se han integrado muy bien, les va muy bien en la escuela», dice su madre. «Occidente no es el paraíso, pero sigue siendo un pequeño paraíso comparado con los problemas de Albania».
Los padres esperan que vuelvan a casa con buenos diplomas, pero mientras tanto tienen el corazón roto.
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