
Sobre la placentera experiencia de una lectura colectiva del Ulises de Joyce

Creo que hay dos momentos que definen el primer acercamiento al Ulises de Joyce. El primero es cuando uno escucha o lee por primera vez sobre el Ulises, el momento en que nos enteramos de su existencia, y si se es lector, es casi imposible no entusiasmarse o al menos no tener cierta curiosidad sobre esta novela. Lamentablemente ese momento generalmente va acompañado de la advertencia de que es un texto “complejo, difícil, largo, laberíntico, etc…” Un poco como pasa con Borges. En mi caso, ese primer momento creo que fue en la adolescencia cuando se despertó en mí la avidez lectora por textos más adultos. Luego comencé el profesorado de inglés y leímos el último capítulo, el famoso monólogo de Molly Bloom y estudiamos la estructura del Ulises, el fluir de la consciencia, los cuentos de Dublineses, y la importancia del autor como quiebre absoluto en el siglo XX. Luego hice una licenciatura y leímos otro capítulo y ahí decidí que quería leer la novela entera. Ya estaba en mi biblioteca hacía rato, es decir que la intención de leerlo fue anterior. Pero no me animaba a leerla en soledad. Eso de “difícil y compleja” resonaba. En especial por la cantidad de saberes que presupone esta lectura: mitología (griega, irlandesa), historia, literatura, religión (cristiana y judía), filosofía también, además la lectura atravesada por el psicoanálisis, que ya es casi imposible de eludir, porque es la marca que deja en el Ulises la segunda mitad del siglo XX, sobre todo. Además, vivo en Rosario, una ciudad muy “psi”. Y el lenguaje, el uso del lenguaje es primordial. Entonces formé un grupo de estudio con amigos interesados en la literatura y que venían de varias disciplinas, humanísticas en general, o curiosos lectores, y realicé mi primera lectura completa de la novela, pero conjunta y creo que esa es una de las claves para acercarse a este texto. Ojo, no es necesario ser “especialista” para leerla, sino que es muy interesante la intertextualidad, el diálogo que plantea con otros discursos. Por supuesto, siempre es enriquecedor compartir las lecturas. Mi directora de tesis siempre nos decía que el conocimiento es intersubjetivo y cada día me convence más esa frase, pero con el Ulises esto está potenciado. Es su modo ideal de lectura.
Una de las cosas que a mí me apasiona es el juego que propone Joyce. Él mismo dijo que puso tantos enigmas y acertijos que mantendría ocupados tanto a los profesores como a lectores, por siglos y así podría asegurarse la inmortalidad. Podemos pensar que este juego de enigmas y acertijos está planteado en un principio desde el argumento: ¿Qué le pasa a este señor Leopold Bloom que el 16 de junio de 1904 no quiere volver a su casa? ¿Y qué relación hay con ese otro personaje, Stephen Dedalus que aparece en los tres primeros capítulos? ¿Por qué la novela se llama Ulises, cuando no hay ningún Ulises protagonista? Y así podría seguir… Porque no se nos cuenta directamente los motivos de estos personajes, esto tiene que ver con el narrador que propone Joyce. El protagonista sale a la calle, en Dublín (una ciudad que en ese momento era una capital provinciana del imperio británico, es decir, no era Londres, no era París), a hacer mandados, resolver algunas cuestiones laborales, como cualquier persona. ¿Qué tiene de Odiseo ese personaje? Y luego está el juego de la forma, que, por supuesto, va de la mano del uso del lenguaje. Cada capítulo está escrito en una forma diferente, y en formas que Joyce inventa. Esto es muy disruptivo también, porque no es que un capítulo utilice el género epistolar, o en otro el periodístico, o la novela de aventuras, ya se habían escrito novelas así. No, Joyce inventa las formas, o “técnicas” como él mismo las denomina. Por ejemplo, en el capítulo ocho la llama técnica “peristáltica” y es porque el capítulo se desarrolla en un bar donde el protagonista va a almorzar y entonces asocia la técnica con el proceso peristáltico del aparato digestivo. A otro capítulo le asigna la técnica del “gigantismo”, es el capítulo del Cíclope, un capítulo muy argentino, dicho sea de paso. Y así todos los capítulos, con una forma diferente, cada uno una técnica diferente. O por ejemplo el capítulo Sirenas, donde aplica la lógica del lenguaje musical a la narración y trabaja a nivel de la frase como si fuesen frases musicales, a esta técnica la llama “fuga per canonem”, un capítulo sumamente experimental. Joyce no le simplifica nada al lector, pero es maravilloso, porque no lo menosprecia, es exigente, a mí me gusta ese tipo de desafíos, es lo que me apasiona. Y por supuesto las infinitas lecturas que propone, ya que es casi imposible entenderlo en su totalidad, siempre hay una capa más, y otra y otra y planos que se superponen, y “yeites” o motivos que se repiten, pero que vale la pena buscar y una experiencia en sí misma encontrarlos.
Pero, así como es exigente con el lector, y esto siempre lo recalco en los grupos que coordino, también es un autor que brinda mucho.

El Ulises de Joyce es, en primer lugar, una obra importante como gesto de ruptura con toda la literatura anterior. Un punto de quiebre, Joyce es un autor pirotécnico, como dice Daniel Guebel, me gusta mucho esa imagen (como lo es Virginia Woolf también); luego de Ulises y luego de Finnegans Wake, que es el punto culmine de la experimentación con el lenguaje, ya no se puede volver atrás. La novela como género literario había llegado a su apogeo en el siglo XIX y ese narrador que nos explicaba todo en términos realistas, ya no sirve. Acá también hay que pensar en Freud y el incipiente psicoanálisis que pone en duda esa dimensión de “realidad” y por eso Virginia Woolf se pregunta, sobre los modos de narrar del momento: ¿es así la vida?, ¿cómo narrar la “la mente normal en un día normal”? Y ese es el gran desafío. Porque no pensamos en oraciones completas, ni con coherencia, y esas “impresiones infinitas, triviales, que nos llegan” -sigo citando a Woolf– tienen que encontrar la forma de contarse. Hay un ejemplo muy claro, y que me gusta mucho en el Ulises: Leopold Bloom no se acuerda el apellido de un personaje, y unas cuantas páginas después, de la nada, aparente, en medio del monólogo interior dice “¡Penrose!”. Y nos quedamos sorprendidos, pero resulta que era ese apellido que el personaje no se acordaba y de pronto se acordó (acá los psicoanalistas se pueden hacer un festín con los juegos homófonos de la palabra olvidada). Eso es narrar la mente normal. Ricardo Piglia dice que Joyce ve en el psicoanálisis un modo de narrar, que percibe la posibilidad de construir una técnica y un uso del lenguaje. Como, por ejemplo, que en la trama las relaciones no tienen que ser lineales, porque no es así la vida… que el pasado resuena todo el tiempo y escenas lejanas se entrelazan secretamente en el relato. Joyce toma eso. Además, por supuesto, el uso que hace Joyce de los juegos de palabras, las condensaciones que no se comprenden. De ahí también la dificultad de traducir el Ulises y el hecho de que cada nueva traducción sea un acontecimiento literario.
Esta obra de ruptura ya no permite volver atrás y se puede ver en la influencia que ejerce en toda la literatura posterior: Beckett, Faulkner, de ahí, García Márquez, Saer, Puig…
Joyce propone un juego: en la trama del relato, en el lenguaje, en la experimentación de las formas. Hay un aspecto importante que la hace muy vigente. Es el tema de los discursos y las opiniones que los rodean, lo que Barthes señala como la doxa: la opinión corriente, el sentido repetido, el como si nada. Hay un capítulo dedicado a la prensa. Y hay otro dedicado a los nacionalismos, es el del cíclope: la peligrosidad del discurso único, la mirada única, de allí la alusión al cíclope, que es un personaje antisemita, misógino, desagradable. Esto va más allá de la lectura que podemos hacer sobre la historia de Irlanda del siglo pasado. Además, el personaje principal, Leopold Bloom, es un judío en la Irlanda católica, que encima no bebe cerveza, y esto no es chiste en Irlanda. Joyce escribe al Ulises durante la primera guerra mundial, esto no hay que olvidarlo. Luego, hay un capítulo donde parodia los discursos de las revistas de modas femeninas, las novelitas rosas y los chismes, y cómo esos discursos penetran en la subjetividad de un personaje que es una joven ávida de todas esas lecturas. Innumerables veces se repite la palabra “dicen, dicen, dicen”… esa forma impersonal justamente de la opinión. ¿De la opinión de quién? nos podríamos preguntar. Joyce supo percibir muy bien todo esto. Con el grupo del año pasado trabajamos mucho esta dimensión. Nos ha pasado de leer ciertos fragmentos que realmente parecen haber sido escritos hace quince minutos.
Y otra cuestión que hay que señalar es el humor de la novela. Hay momentos muy graciosos, de esos que nos sacan una carcajada. Es una novela muy divertida… por supuesto siempre en el límite con la ironía. Joyce le huye al melodrama o a los momentos sentimentales… que están, porque son parte de la vida, pero enmascarados en la forma.
En estos cinco años en los que he coordinado grupos de lectura del Ulises, releo para cada encuentro el capítulo a trabajar, nunca me aburrí, siempre surge una nueva idea o algo que no había visto en la lectura anterior. Y cada vez que con esos grupos llegamos al final nos emocionamos, es un festejo y eso, en general, no pasa con frecuencia. Festejar una lectura creo que es motivo suficiente para leerla.
*Mariela Burani es Profesora en inglés y Licenciada en lengua y literaturas inglesas. Hace varios años que coordina grupos de lectura del Ulises de James Joyce. También coordina grupos de lectura de cuentos en inglés. Sus otros amores son el cine y el psicoanálisis (que lee muy irrespetuosamente). Hace 20 años que trabaja para una editorial de textos educativos para la enseñanza de inglés.
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