Toulouse-Lautrec: la breve y apasionada vida del pequeño rey de la noche parisina

Henri de Toulouse-Lautrec
Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901) en su taller de París con una modelo, frente a su lienzo «Salon de la rue des Moulins» en 1894 (Apic / Getty Images) (Rue des Archives/)

Quizá fue la interpretación de John Leguizamo en el filme Moulin Rouge o que las historias de bohemios y beodos parecen ser ideales para imaginar la vida de algunos artistas, como si su obra se circunscribiera únicamente en haber llevado a un lienzo lo que se sentía en la carne, como si su valor, en realidad, estuviera en las historias que hay para contar sobre él.

Es lo que sucede con Henri de Toulouse-Lautrec, del que se cumplen 120 años de su muerte, y a quien se lo suele caracterizar como una especie de borrachín artista, amante de la noche y las prostitutas, y a la vez como a un desclasado que encontró en los bajos fondos de la París de finales del siglo XIX y principios del XX, un patio de juegos para soportar el rechazo.

Para ser justos, algo de eso hay, porque el francés fue un amante de los salones de baile, de las mujeres, de toda clase social y oficios -de damas de alta alcurnia a cantantes a prostitutas-, y en ese sentido su vida se encuentra bien documentada, a partir de la voces de amigos, fotografías y una prolífica obra pictórica y en carteles. Pero, parece, que solo una parte de su vida exisitó.

Toulouse-Lautrec
«En las promenades de Anglais, Niza» (1880), de su primera época como artista, en la Colección Adele de Toulouse-Lautrec

Pero Toulouse-Lautrec no fue solo ese hombre que vio mil amaneceres y retrató todo lo que sucedía en aquellos lugares, como un cronista privilegiado, fue también el dueño de un estilo que jugó con el impresionismo y el puntillismo, hasta encontrar una “voz pictórica” única y que, como hombre de clase alta, también gozó de los privilegios que el apellido, la billetera y el talento le permitieron.

Entonces, no fue un paría bufonesco, descartado de la sociedad por su enfermedad hereditaria como se lo suele presentar, sino un hombre respetado por sus colegas (sobre todo por sus litografías), de perfil bajo, que posiblemente no era consciente de la riqueza de su hacer, aunque sus problemas alcohólicos en los años finales, el delirium tremens, y su muerte prematura hayan ayudado a construir esa suerte de mito que lo pone en un lugar menor. Una suerte de ¡Ah, Toulouse-Lautrec, era bueno, le gustaba mucho la noche!

Toulouse-Lautrec
Su madre en 1881-83 y 1887

Para empezar fue un niño de cuna de oro que vino al mundo en un palacio, portador de un linaje noble que se remontaba a la época de Carlomagno, donde comenzó también una -hoy peculiar- tradición familiar: casarse con primas. Ese era el vínculo de sus padres y tuvo repercusiones, debido a que desde su infancia padeció los problemas genéticos de aquel encuentro que se repeitió por varias generaciones: una osteogénesis imperfecta, una enfermedad que afectaba al desarrollo de los huesos.

Débil, pasó en cama gran parte su infancia junto a su madre, separada tras perder a su segundo hijo. Sufrió dos fracturas en los fémures de ambas piernas y si bien tuvo los mejores tratamiento de la época, a la larga apenas superó el metro y medio de altura.

"En cama el beso" (1893), de Henri de Toulouse-Lautrec, colección privada
«En cama el beso» (1893), de Henri de Toulouse-Lautrec, colección privada

Tuvo apoyo familiar desde el vamos para dedicarse al arte: la pintura, la caza y sobre todo los caballos eran cosa de familia, como casarse con primas. Su abuelo, su padre, sus tíos, todos pintores aficionados. “Si alguno de mis hijos caza un pájaro, consigue tres placeres: matarlo, comerlo y dibujarlo”, decía su abuela.

Así que tuvo institutrices y profesores privados que lo ayudaron a saciar esa necesidad por expresarse en el papel que lo perseguía desde la infancia. Durante la adolescencia estudia en París, regresa a Albi, escribe cuentos, los ilustra, se quiebra, se recupera en Niza, y así.

"A la mie" (1891), en el MFA de Boston
«A la mie» (1891), en el MFA de Boston

Para los 17 ya estaba instalado en la Ciudad de Luz, seguía con su formación, pasó por los talleres de René Princeteau, Léon Bonnat y Fernand Cormon, para luego abrir su propio taller junto a Henry Grenier, en la misma casa en la que trabajaba Degas, tiene su primera expo junto a otros jóvenes y escribe crítica de arte para medios locales.

Toulouse-Lautrec vivió poco, pero intenso. En ese sentido, su existencia corrió por dos carriles. Por un lado, se instalaría en Montmartre, aquel barrio de los suburbios, que marcaría su legado como artista cercano a los bajos fondos, la noche, la bohemia y las prostitutas, a quienes retrató desde una perspectiva humana, en tareas cotidianas.

Henri de Toulouse-Lautrec
«Marcelle Lender baila un bolero en Chilperic» (1897), Colección Hay Whitney, Nueva York, EE.UU.

Por otro, viajó por Europa y expuso, y mucho, dentro y fuera de su país. Incluso en 1894, en Inglaterra es homenajeado con una cena en el Savoy por James McNeill Whistler, quien lo había ya ayudado a perfeccionar su producción litográfica, que fue sin dudas lo que le generó mayor reconocimiento en su tiempo a partir de la producción de carteles publicitarios, y se codeó con Oscar Wilde.

Se sabe que para 1885, comienza su derrotero nocturno, cuando su amigo Aristide Bruant inaugura Le Merition, donde expondrá en varias oportunidades. De ese año también es su romance tormentoso con la pintora Suzanne Valadon, de quien se separa tras un intento de suicidio de ella. Por supuesto, no fue su primer amor ni mucho menos. Como buen hijo de su familia, estuvo enamorado de su prima, Jeanne d’Armagnac, con quien deseaba casarse, pero el destino del arte impidió que sucediera.

Henri de Toulouse-Lautrec
Henri de Toulouse-Lautrec (Getty Images)

Siguieron muchas, muchas más, como Émile Bernard, quien le presentó a quien sería su primer marchante, Julien Tanguy, inmortalizado por van Gogh, principal coleccionista e intermediario de los impresionistas. Luego, sumaría a su lista a Theo van Gogh, hermano y mecenas Vincent.

Lamenta mucho la muerte del más talentoso de los van Gogh, había una admiración recíproca a tal punto, que el pequeño Toulouse llegó a desafiar a duelo al artista belga Henry de Groux, que había menoscabado la obra del neerlandés, y tres semanas antes del trágico desenlace del pintor de Los girasoles, lo recibe en su piso parisino.

En 1889 el mítico Moulin Rouge abre al público, en la entrada se expone En el circo Fernando: amazona. Durante esos años su obra se centra en todo lo que sucede dentro del molino rojo. Muchos de esos trabajos se venden con facilidad a amigos y conocidos. También disfrutó y creó de sus experiencias en el Salón de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, Le Chat Noir, el Folies Bergère y la lista sigue.

Henri de Toulouse-Lautrec
«En el circo Fernando» (1888), de Henri de Toulouse-Lautrec, se encuentra en el Instituto de Arte de Chicago, Estados Unidos

En un tiempo donde todos deseaban ser impresionistas e iban con su atril al hombro de aquí para allá, Toulouse-Lautrec, quizá por físico, quizá por que no le daba la gana, eligió lo contrario, mostrar el mundo puertas adentro, nada de paisajes y luz natural, nada de plenairismo.

Sus primeras obras están relacionadas a su entorno acomodado, personas en calesa, a caballo durante cacerías aristocráticas, paisajes de Céleyran y criados del castillo. Todo con una vivacidad y pinceladas gruesas, con movimiento. Después, de los retratos de su madre en 1883 se nota la influencia impresionista, con los “fantasmas” de Berthe Morisot y Edourad Manet, para seguir con una suerte de puntillismo -ya instalado en París- mientras comienza recrear las luces, los colores, la potencia de los bailes populares, los circos y los locales nocturnos, donde conviven la xilografía japonesa y ese mundo sin sombras de Degas.

Henri de Toulouse-Lautrec
«En el ‘promenoir’ del Moulin Rouge» (18921), en el Chicago Art Institute, EE.UU.

Luego indagaría en ese mundo, pero desde otra perspectiva, la vida interior: su obra se vuelve más personal, menos grandilocuente, con el humor, la tristeza, la melancolía de aquellas muchachas de la noche. Para esto prefería el óleo diluido con aguarrás, llegando muchas a una consistencia de acuarela.

A lo largo de su carrera, Toulouse-Lautrec tuvo muchas firmas, cambiando el orden y sacando o poniendo las iniciales H.T.L. también fue Henri de Toulouse, Monfa, Tréclau, o ya para el final de su vida tenía un sello que le había dado a su gran albaceas, Maurice Joyant.

Toulouse-Lautrec
Litografías para publicidad

Fueron justamente estos años finales lo que cimentaron la idea del beodo genial e incomprendido. En 1897 tuvo un ataque de delirium tremens y dispara contra arañas imaginarias, luego ataques paranoicos y cree que la policía lo persigue. Su madre y amigos procuran su internación para que se recupere de su adicción etílica, los periódicos sacan historias de locura y prostitutas, lo que le otorga a su figura una notabilidad más allá de sus círculos. De golpe es famoso y sus pinturas aumentan de precio considerablemente.

Luego de sufrir una parálisis su cuerpo no puede más. Su madre lo lleva al castillo de Malromé, donde se prepara para morir: elige los cuadros que quiere que tengan su firma, al resto los tira. Un año después de su partida, se le realiza una retrospectiva póstuma en una galería, su obra jamás volvería a ser ignorada. El mito estaba caliente.

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